Hoy, a las 8:00 a.m., me comuniqué con el taller para agendar la revisión de los 5.000 km. de mi carro. Todo me imaginé menos que me dijeran: “la esperamos a las 11:00 a.m.”. Pensé que esa vuelta ya quedaba para la otra semana.
Me asignaron nombre del técnico que me atendería y número del cubículo donde debía ubicar el automóvil tan pronto arribara. Me presenté puntual y Robert, el mécanico que me había correspondido, estaba atento a mi llegada. Apenas me vio, me dijo: “doña Evelyn, la estaba esperando”. No me dejó mover ni un dedo. Me explicó con pelos y señales todo lo que le iban a hacer a mi vehículo.
Formulé preguntas, que él respondió atenta y claramente. Le despinchó dos llantas que habían sido víctimas de los tornillos callejeros y no me cobró. Tomamos café y me despedí de mi nave para que él la parqueara en el puesto No. 21, marcado con mis placas. No podía creer tanta dicha y organización. Me dijo que estaría lista en dos horas.
Aproveché y compré flores para llevarle a la mamá de Angela María, una de mis grandes amigas, quien vive al lado del taller y está recién operada. Como llegué en plena hora de almuerzo, me invitó a un manjar y gocé de maravillosa compañía, pues dos parientes cercanos de ella -regios, por cierto- la estaban visitando. Esto, sin contar que me conecté por skype con mi amiga, desde Bélgica, y pude ver a su hija gatear y a mi ahijado mandarme besos.
A la hora, Robert me llamó al celular para decirme que el auto estaba listo en menos tiempo del que habíamos previsto. Me comí el postre y salí, pero antes le enseñé a este trío cómo bajar aplicaciones al IPad, cómo crear carpetas de fotos, cómo manejar Instagram y hasta qué era una ‘selfie’, concepto que pusimos en práctica de inmediato. Aunque siempre he sido pésima para dar lecciones, pasé la prueba y ellos me agradecieron con la siguiente frase: “es que a tu generación se le facilita más”.
Cuando estuve de regreso en el taller, el mecánico no sólo me tenía lavado el carro, sino que le había echado una mano de pintura a las puertas, que estaban rayadas. Le metí su propina en el bolsillo y partí.
Toda esta maravilla en dos horas y todo esto para decirles que ser esclavos del tiempo no tiene sentido, pues nos ciega y nos impide conocer gente increíble, degustar el sabor de un buen café, darse una agradable caminata en busca del regalo perfecto, visitar a un ser querido, conectarnos con una amiga que se encuentra a miles de kilómetros, transmitirles a otros lo poco o mucho que sabemos y hasta husmear el carro por debajo, así como aprender algo de mecánica, que nunca está de más.
El sentido de la vida está en los pequeños detalles y son esos los que tenemos justo al frente todos los días. ¡Quitémonos la venda! Cuando lo hagamos, nuestro alrededor tendrá otra cara.
QUE LINDA HISTORIA. Y QUE VERDAD ES EL TIEMPO
No entiendo por qué nos afanamos tanto. El día siempre da tiempo para todo y, sino, pues mañana habrá otro día para lo que quede pendiente ¡Easy!
Muy linda historia!!! Es verdad que pasamos al lado de cosas muy lindas y nos cuesta trabajo apreciarlas!. Amo tu blog
Y yo amo escribir para ustedes, siempre con la esperanza de crear conciencia.